Rainer Werner Fassbinder
VIDA DE UN GENIo
Fassbinder descubre a Douglas Sirk
"Douglas Sirk me dio el coraje de hacer películas para el público. Antes yo creía que hacer cine serio significaba evitar el modelo hollywoodiense"
R. W. Fassbinder
Tras el caótico rodaje de Whity en abril de 1970, el grupo Antiteater para Harry Baer “está prácticamente disuelto debido a los problemas en Almería, aunque no se nota absolutamente para nada. Todo lo contrario: sus miembros se acercan más entre sí”. Tanto es así que, ya en Munich, el grupo decidió alquilar una finca en Feldkirchen, un suburbio de la capital, y vivir en ella de forma parecida a la de una comuna. Hanna Schygulla, aunque inseparable de Fassbinder, se abstuvo de participar en la experiencia. Ella siempre fue bastante independiente y se mantuvo alejada de los excesos que presidieron la vida del director. Fengler recuerda que la vida en esa finca “era entretenida. Decenas de personas pasaban por ahí todos los días. Era interesante. No era una comuna pero lo parecía”. Y Kurt afirmaba que “jamás cerrábamos las puertas. Algunos iban a comer gratis, otros a nadar en la piscina y otros a mirar la televisión de color. Fassbinder era Luis XIV. Su corte era la gran cocina. Había instalado su trono en la cabecera de una gran mesa de roble y sólo lo abandonaba para ir al baño. Allí comía, bebía, dormitaba y meditaba. Actores, directores, montadores... todos acudían a presentar sus credenciales. Se discutían proyectos, se formaban elencos, se concedían favores y se anunciaban también caídas en desgracia. Yo pude sobrevivir porque nunca me acerqué a la cocina”. Todo aquel desfile de personalidades se debía sobre todo a que Michael Fengler acababa de fundar la mítica y ambiciosa Filmverlag der Autoren con el objetivo de controlar los derechos de autor de las películas, mejorar la distribución y controlar las subvenciones destinadas a las producciones cinematográficas adscritas a ella. Fassbinder, Herzog, Wenders, Peter Lilienthal y Thomas Schamoni fueron algunos de los socios co-fundadores.
La frase de Raab Yo pude sobrevivir porque nunca me acerqué a la cocina alude directamente al estado frenético y rabioso en que se encontraba Rainer a causa de su relación con Kaufmann que, como siempre, trataba de estar con su mujer. Tal y como corrobora Irm Hermann, “sufrió manía persecutoria. Tenía tanto miedo de que no lo amaran que empezó a creer que nadie lo quería. Cuando veía a dos personas conversando, aguzaba el oído para escuchar. Cuando veía a dos sentados en un rincón, se precipitaba hacia ellos y preguntaba a uno de los dos ¿Qué le has dicho de mí? Siempre controlaba a todos. Leía todas las cartas cualquiera que fuese el destinatario. Él mismo creaba situaciones en las que la gente empezaba a conspirar. Las personas de la casa pronto se quejaron de que comenzaba a ser insoportable. Cuando alguien lo hacía, sentía un placer perverso e inevitablemente caía en desgracia. Siempre necesitaba a alguien en desgracia para que sirviera de ejemplo a los demás, como si dijera Mirad a Irm. Cayó en desgracia. Pero vosotros sois mis amigos. Un día era uno, otro día era otro... El caso es que siempre había una oveja negra”. Para Harry Baer, “el único que realmente salió ganando de esa complicada situación fue el maestro vidriero de Feldkirchen, que hubo de reemplazar con metódica regularidad los cristales de las ventanas que Rainer hacía añicos gracias a su cólera”.
Ingrid Caven y Fassbinder en "Atención a esa prostituta tan querida" (1970)
Entretanto, a Fassbinder no se le ocurre otra cosa que casarse en agosto de ese año con la actriz Ingrid Caven (una de las mujeres a quien más respetó y quiso). Los motivos de ese matrimonio -que duró cerca de un año- hay que buscarlos en el hecho de que Rainer quiso hacer sufrir a Irm Hermann y al mismo tiempo demostrar a Kaufmann que también él podía tener esposa. Quería ante todo vengarse del actor de color, casi nunca solícito a sus requerimientos. Kurt Raab recuerda que “decidió casarse primero porque le encantó la idea de cometer una locura y segundo porque podía vengarse de sus rivales”. Para Harry Baer sólo se trataba “de una más de sus dislocaciones y saltos de potro con que intentaba salvar los obstáculos de su soledad”. Sin embargo, Rainer afirmó: “Nos casamos porque nos comprendíamos a la perfección. La relación se había estrechado debido a lo que sucedió en Almería, a pesar de que ella no había estado allí. Bruscamente los dos, ella en Munich y yo en la ciudad española, comprendimos la importancia de nuestra relación”. ¿Se había casado en un intento de volverse heterosexual? No, jamás lo intentó “porque sé muy bien que es imposible. Sé tratar a las mujeres, pero las posibilidades son limitadas”. Sin embargo, eso era algo que la novia aún no sabía el día de su boda. De nuevo, el recuerdo de Peter Berlíng es directamente gráfico: “Esa noche el tout Munich se hizo presente en la villa de Feldkirchen. Yo viajé especialmente desde Roma. Creo que llegué tarde porque cuando puse los pies en la finca las parejas ya estaban jodiendo en el jardín o al borde de la piscina. Parecía una sesión de gimnasia dirigida por una pareja de monitos que se trajeron Ingrid y Rainer de su pre-luna de miel en Grecia, los cuales también hacían lo suyo en un espléndido alarde de espontaneidad. Yo había conocido a Ingrid mucho antes que Rainer, y una vez los felicité ella me llevó a un lugar apartado para una conversación entre amigos. Después de haber conocido los gustos sexuales de Rainer y sus amigos en Almería me pareció que debía, en nombre de la amistad, calmar sus ilusiones. Ingrid estaba convencida de que podría convertir a Rainer en un heterosexual, de modo que le dije: Ingrid, estás loca, eso es algo que ninguna mujer puede lograr. Ella respondió ¡Pero si es maravilloso a la hora de hacer el amor!, y yo le contesté que no fuera infantil, que eso no tenía la menor importancia. Por supuesto, no me creyó. Pasada la medianoche, cuando llegó el momento del gran encuentro nupcial, Ingrid fue al dormitorio donde debía pasar la noche de bodas y halló la puerta cerrada. Jamás olvidaré el espectáculo de esos dos puñitos que golpeaban la puerta hasta despertar a todos los invitados de la finca. En el dormitorio, Rainer follaba con su padrino de bodas, Günther Kaufmann”. El día siguiente fue de lo más normal: continuó con el rodaje de El soldado americano, y al poco tiempo, cuando finalizó, los flamantes esposos partieron de luna de miel a Roma hasta que en septiembre Fassbinder comenzó el rodaje de Atención a esa prostituta tan querida.
A finales de ese año, 1970, el propietario de la finca de Feldkirchen recibió la grata noticia de que Rainer quería entregarla: “Sucedió en el momento oportuno -admite Kurt Raab-. Fue el fin de un año lleno de locuras y también de un periodo depravado de nuestras vidas y la de Fassbinder. Todos estaban asqueados. Estábamos hartos de Rainer, queríamos abandonarlo al menos por un tiempo”. Por su parte Harry Baer recuerda que “Fassbinder estaba furioso con todos, incluido consigo mismo. Quería hacer una pausa para pensar. ¡También yo estaba harto!”.
Douglas Sirk en su casa de Lugano
A comienzos de 1971, tendrá lugar el encuentro con su admirado Douglas Sirk tras escribirle una carta personal y publicar un modélico estudio dedicado a seis de los grandes melodramas de su etapa norteamericana que acababa de descubrir y que, sin lugar a dudas, cambiarán el curso por el que hasta entonces transcurría su obra cinematográfica pues a partir de ese momento y salvo algunas excepciones se consagrará prácticamente al género, pero revitalizándolo y dándole un enfoque muy personal : “Mi conversación con Sirk me quitó el miedo de traicionar... Sirk me dio el coraje de hacer películas para el público. Antes yo creía que hacer cine serio significaba evitar el modelo hollywoodense. Las películas de Hollywood, que en verdad siguen modelos precisos, me parecían estúpidas. Mis escrúpulos de europeo me obligaban a reprimirme pero Sirk, cualquiera que sea la idea que uno tiene de sus películas, me hizo comprender que podía seguir ese camino”. Rainer tenía entonces veinticinco años. Sirk más de setenta. Cuando Fassbinder murió, Sirk recordaría: “Lugano, un lugar habitualmente soleado, estaba cubierto de nieve cuando un grupo de jóvenes alemanes envueltos en pesados abrigos y luchando contra el viento helado recorrieron la empinada cuesta hasta mi puerta. Somos nosotros, Rainer Werner Fassbinder y algunos amigos. Mi esposa y yo guardamos un recuerdo imborrable de lo que sucedió en las horas siguientes. Hablamos de arte y literatura, de teatro y cine, hasta altas horas de la madrugada. Por algún motivo que no recuerdo, hablé del teatro clásico español, de la extraordinaria fecundidad de Calderón y Lope de Vega, a quienes sus contemporáneos atribuyeron la autoría de mil obras. Calderón había llegado, creo, a la mitad de esa cifra... y ellos habían creado sus obras, les dije a mis huéspedes, sin apartarse un ápice de un lenguaje y un estilo formales. Rainer, que me había escuchado con mucha atención, dijo: Quiero ser tan prolífico como ellos. Ahora sabemos que esas palabras no fueron una mera expresión de sus deseos”. Rainer y Sirk mantuvieron desde entonces una estrecha amistad. Fassbinder llegó incluso a protagonizar un cortometraje del maestro en 1977, Bourbon Street blues, y Sirk lo admiraba tanto que llegó a decir de él cuando murió que “yo he perdido un amigo, pero Alemania ha perdido un genio”.