Rainer Werner Fassbinder
VIDA DE UN GENIO
Juliane, la última compañera
"¿Quién soy yo? ¿Por qué quiere estar conmigo?"
Juliane Lorenz
El articulo del crítico cinematográfico Daniel Selznick para el International Herald Tribune reproducido parcialmente en el capítulo anterior contenía un párrafo en el que se afirmaba que “La sexualidad es un problema espinoso en la vida de Fassbinder. Casado con Ingrid Caven, actriz del Antiteatro, en 1970 y más tarde divorciado, él reconoce públicamente que ha mantenido relaciones homosexuales y últimamente ha confiado a sus amigos que tiene la intención de sentar cabeza, casarse y formar una familia”. La persona con quien pretendía hacer realidad esa intención era Juliane Lorenz, montadora de Rainer desde 1976. Fue a mediados del año 1979, durante un viaje a Marruecos, cuando Fassbinder le confesó que le gustaría ser su amante. Así lo recuerda Julianne: “Bebíamos café en la cafetería situada frente a la oficina de producción de Berlín Alexanderplatz. Se acercó el gerente de producción y preguntó a Rainer qué haría durante las dos semanas que restaban antes de comenzar el rodaje de la serie. Fassbinder miró a su alrededor, me miró a mí y respondió: “Me voy de vacaciones con Juliane”. Al gerente le pareció muy natural, pero a mí jamás se me había pasado semejante idea por la cabeza; por eso pensé que le estaba gastando una broma. Nada de eso: cuando nos dejó, Rainer se volvió hacia mí y preguntó: “¿Adónde te gustaría ir? ¿Atenas? ¿Oslo? ¿Roma? ¿Tánger?” Lo miré boquiabierta. Jamás había estado en esas ciudades, no sabía qué decir. “Esta bien, iremos a Tánger”, dijo. Estaba asustadísima. Para mí, Tánger era un lugar absolutamente exótico y aterrador. Me consolaba pensando que era una broma. Ahora que pienso en esos días me doy cuenta de que él jamás bromeaba y me pregunto por qué no le creía y era tan escéptica. ¡Qué extraño!, ¿no? También comprendo que quería alejarse y dejar de tomar drogas. Quería rodar Alexanderplatz libre de ellas. Era una cuestión psicológica, un desafío. Iba a rodar la película más cercana a su corazón, la película con la cual había soñado durante toda su vida. Bueno, sea como fuere, a continuación me dio un fajo de billetes y me dijo que hiciera todos los arreglos y comprara ropa para los dos (...) No podía creer que me estuviera ocurriendo a mí. ¿Quién soy yo?, me preguntaba. ¿Por qué quiere estar conmigo? En Tánger nos alojamos en un hotel maravilloso, el más caro de Marruecos. Era un antiguo monasterio en medio de la Casbah. Fue el comienzo de nuestra estrecha relación. La suite era hermosa, con dos dormitorios (...) Una noche, mientras cenábamos, se inclinó hacia mí y me dijo que le gustaría mantener una relación conmigo y que en un futuro yo dejaría de tomar la píldora para tener un hijo de él. No supe qué responder. Claro que me atraía sexualmente, pero yo quería que nuestra relación fuera más que eso (...) Además, tenía la sensación de que no le interesaba como mujer. Mucho después me enteré de que, en realidad, le asustaba mantener relaciones sexuales con las mujeres. Lo hacía, sí, pero quedaba insatisfecho. Quería demostrar que era hombre y después siempre pensaba que había fracasado. Tal vez pensó que sería más fácil conmigo, que era joven y casi inexperta. En todo caso, le encantó mi actitud de mostrarme demasiado recatada para aceptarlo. Nuestra estancia en Tánger fue maravillosa pero no llegamos a mantener relaciones sexuales”.
Fassbinder y Juliane Lorenz
No obstante, al poco tiempo, llegaron a mantenerlas. Su relación iba tan en serio que el día 31 de diciembre de ese mismo año contrajeron un matrimonio fantasma en Fort Lauderdale (Florida), tan estrafalario y fassbinderiano como cabía esperar. Así, cuando la pareja llegó a la ciudad norteamericana, se alojó en un gran hotel para gays, ocupando cada uno cuartos distintos. Habla de nuevo Julianne:
“En un determinado momento, Rainer comenzó a insistir en que nos casáramos. Las razones que dio no hubieran convencido a nadie: decía, por ejemplo, que pagaría menos impuestos. Durante una de sus súplicas grité un no liso y llano, pero entonces ví su mirada y me asusté. Poco después, tal y como Rainer me lo había pedido, busqué una guía telefónica, fui a mi cuarto y llamé a un juez de paz. Éste dijo que sólo necesitábamos nuestros pasaportes y un análisis de sangre. Fassbinder dijo: “No voy a hacerme ningún análisis, pero nos casamos de todas formas”. Entonces nos fuimos los tres: Rainer, yo y su amante gay del momento, que ejerció de testigo. La cosa empezó mal porque el juez de paz dijo que no nos casaría sin el análisis de sangre y que nadie lo haría. Rainer se puso furioso. Le gritó en un inglés perfecto que en Las Vegas no pedían análisis de sangre. Acto seguido ví cómo un fajo de billetes cambiaba de manos y el juez de paz nos casó inmediatamente murmurando después que tendríamos que revalidar el matrimonio en Alemania (...) Esa noche, la víspera de Año Nuevo, nos vestimos con nuestra mejor ropa y fuimos a celebrarlo a un boliche para gays llamado Copa Bar. Fumé mucho, bebí mucho, estaba muy mareada. Nunca en mi vida había bebido tanto, y a las doce de la noche, con el champán, se produjo una pelea horrible entre Rainer y yo. Uno de los bailarines del local, un travestido, se levantó la falda para exhibirse tal vez en honor del año nuevo. Yo dije algo que hizo estallar a Rainer: Mira qué cosa tan bonita tiene. ¿Cómo?, gritó Rainer, ¿Qué has dicho? ¡Dios mío! Me he casado con una mujer capaz de decir esas cosas. ¡Ingrid jamás lo hubiera dicho! ¡Y ahora estoy atado a ti! Su reacción fue algo increíble. ¿Cómo iba a saber yo que le preocupaba el hecho de que su pene fuera en comparación con otros corto, largo, gordo o lo que sea? Fassbinder no paraba de chillar y yo no dejaba de llorar. Estaba totalmente borracha y acabé vomitando sobre su traje. Estaba convencida de que todo era culpa mía, que lo había herido profundamente. Se tranquilizó más tarde, trató de limpiar el vómito y de apaciguarme, pero la cosa empeoró cuando empezó a preguntarme sobre mi padre, al que nunca conocí, y sobre el padre de mi padrastro, es decir, mi presunto abuelo, que me había manoseado alguna que otra vez cuando era pequeña. Era una situación infernal, una sesión freudiana en medio de un charco de vómito. Quise volver en mi coche al hotel, pero no me permitió conducir. Me llevó en taxi. Cuando llegué a mi habitación me acosté, y dos horas después, alrededor de las cuatro de la mañana, Rainer entró en mi cuarto. Me preguntó si me sentía bien y le dije que sí. Entonces salimos, hechas las paces, a pasar el resto de la víspera de Año Nuevo. Sin embargo, al día siguiente, empezaron otra vez los reproches. Dijo que era una puta por haber pasado una noche con un electricista del equipo técnico de Berlín Alexanderplatz. No sé cómo pudo enterarse de eso. En todo caso, durante dos días no me dirigió la palabra. Leía los diarios, apartaba la vista cuando se cruzaba con la mía. Al final acabé sacando el certificado de matrimonio y lo hice trizas delante de sus ojos. Sonrió con sorna y siguió leyendo. Nunca más se habló de aquel estrambótico casamiento”.
Provocando disputas como esta, Rainer quería comprobar hasta qué punto podía ser amado por la persona con la que compartía su vida: quería asegurarse no sólo de que lo amaran sino también de que estuvieran en una posición de dependencia con respecto a él. Por otra parte, sentía la necesidad de tener alguien a su lado de forma permanente pues desde la muerte de Armin sólo había conocido relaciones esporádicas. A pesar de los lógicos altibajos, el tándem Fassbinder-Julianne se mantuvo hasta la muerte de aquél. Durante los dos años y medio que duró la relación, se cruzaron en la vida de Rainer sus inevitables amantes masculinos. Sin embargo Julianne, en el apartamento de la Clemenstrasse donde vivieron, fue una especie de trabajadora social muy particular que demostró amarlo, siempre tratando de mitigar como podía las continuas crisis de angustia que asaltaban al director, además de controlar al máximo su recuperada y de nuevo excesiva adicción a los somníferos y a la cocaína. Llegó a sentir auténtica veneración hacia Fassbinder. Tanto es así que desde el fallecimiento de aquél, Julianne no ha dejado hasta la fecha de difundir la obra del maestro alemán a través de la Fassbinder Foundation, ya sea mediante la publicación de libros sobre su figura, la restauración de sus obras o la organización de ciclos y retrospectivas de sus películas en cualquier lugar del mundo, además de facilitar materiales para la elaboración de documentales o ensayos sobre su figura.
Fassbinder y Hanna Schygulla en la presentación de "Lili Marleen" (1980)
Volviendo a su obra cinematográfica, Rainer rueda entre los años 1980 y 1981 otras tres películas consagradas a sus mujeres alemanas: Lili Marleen (1980), su obra más comercial y la más cara de la cinematografía germana hasta ese entonces, basada en aquella parte de la biografía de Lale Andersen en que mientras ama a un judío se convierte en una gran estrella del nazismo entonando la famosa canción que da título a la película; Lola (1981), una adaptación libre del Profesor Unrat de Heinrich Mann, deliciosa comedia agridulce y cínica sobre un insobornable presidente de la comisión de urbanismo dispuesto a luchar contra los especuladores de la pequeña ciudad donde es destinado pero que acaba enamorándose de la prostituta-cantante Lola; y finalmente, tras el documental para la televisión Theater in trance (1981) en torno al festival de teatro de Colonia y sobre textos de Antonin Artaud, el genio alemán dirige La ansiedad de Veronika Voss (1981), con la que al año siguiente consiguió el Oso de Oro a la Mejor Película en el Festival de Berlín gracias a la triste historia de una olvidada actriz del cine de la UFA (levemente inspirada en Sybille Schmitz) que en la década de los cincuenta es víctima de una doctora que fomenta el consumo de morfina en sus ricos pacientes para, una vez que se apodera de su fortuna, dejarlos morir al cortarles el suministro. Junto a Maria Braun, Lola y Veronika Vos constituyen las otras dos partes de su magnífica trilogía sobre la reconstrucción de la República Federal Alemana tras la caída de Hitler.
Rainer Werner Fassbinder concluyó el rodaje de La ansiedad de Veronika Voss en diciembre de 1981. En marzo del año siguiente, que será el último de su vida, rodó Querelle, su obra póstuma. Los últimos metros de película, los últimos actos, las últimas palabras...